In: Vita della Congregazione FSMI

Recordando al p. Luigi Fain Binda

Superior General Emérito

Publicado con todos los permisos correspondientes. Traducción p. Ricardo Alcocer, HSMI

 

Queridos hermanos,

cuando la ciencia calla ante un corazón que ya no late, es la hora de la verdad, la hora que abre las puertas a la vida sin tiempo, a la vida que ya no tiene tiempo, que ya no está sujeta al tiempo, que participa de la eternidad de Dios.

Lo que se nos promete más allá de la muerte se convierte en programa de vida para nosotros los creyentes. La promesa de la vida eterna no nos separa de este mundo, sino que nos devuelve la responsabilidad por él. Esta estrecha unidad entre el presente de la fe y el futuro de la visión beatífica nos sostiene en la esperanza y nos convierte en intérpretes activos del tiempo para orientarlo hacia las cosas nuevas que Dios hará por los hombres, cuando "enjugará cada lágrima... .y no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni afán, porque las primeras cosas han dejado de ser” (Ap 21:4). Así se expresa el Santo Padre: «La vida es un don, y cuando es larga es un privilegio, para uno mismo y para los demás... En la Biblia, la longevidad es una bendición. Nos confronta con nuestra fragilidad, con la dependencia mutua, con nuestros lazos familiares y comunitarios, y sobre todo con nuestra filiación divina... Dios Padre nos dona el tiempo para profundizar nuestro conocimiento de Él, la intimidad con Él, para entrar cada vez más en su corazón y abandonarse a Él. Es el tiempo de prepararse para entregar en sus manos nuestro espíritu, definitivamente, con la confianza que nos da el ser sus hijos" (Papa Francisco, Discurso a los participantes al I Congreso Internacional de Pastoral de los adultos mayores, 31 de enero de 2020).

Pues bien, parece decirnos el Santo Padre Francisco, se nos ha dado la oportunidad de conocer a Cristo, de experimentar su amor por nosotros, para que nuestras elecciones se ajusten poco a poco a su pensamiento y a su propio estilo de vida. Así como Cristo nos amó dándonos todo de sí mismo, así también nuestra vida, siguiéndole, puede convertirse en un reflejo de la suya, asumiendo como orientación fundamental la ley de la donación, es decir, de la ofrenda de sí mismo, de un amor, por tanto, que no busca su propio beneficio, sino que se regala, más aún, se gasta en favor de los demás.

Así fue para el p. Luigi Fain Binda, quien el 25 de octubre, a las 21:30, cerrando los ojos al fluir de los acontecimientos de la historia, se dejó aferrar por Jesús, el Hijo eterno del Padre que, resucitado de entre los muertos, lo introdujo en la liturgia del cielo y le donó la inmortalidad.

Nuestros corazones, ante la noticia del fallecimiento del p. Luigi fue atravesado por múltiples sentimientos: dolor y conmoción por la muerte de un hermano y un padre; reconocimiento y agradecimiento por lo que ha hecho por nuestra querida Congregación; la estima y la consideración por un hermano que supo poner a disposición de todos su riqueza de conocimientos y su amor por la oración y por la vida consagrada.

El p. Luigi nació el 31 de diciembre de 1934 en Roma, el segundo de los cinco hijos de Costantino y Olga Gallarotti. Fue bautizado el 28 de abril de 1935 en San Giovanni in Laterano, recibió la primera comunión el 24 de abril de 1942 en la Iglesia de S. Francesco a Ripa en Roma y la Confirmación el mismo día en la Basílica de San Pedro en el Vaticano.

Fue aceptado en el Aspirantado de Porto en 1948 y permaneció allí hasta 1952 obteniendo buenos resultados escolares. El 7 de septiembre de 1952 fue admitido al noviciado en el Istituto del Mascherone de Roma, bajo la dirección del p. Giuseppe Battistella y luego del p. Latino Muzzi.

El 8 de septiembre de 1953 hizo su primera profesión ad triennium y el 8 de septiembre de 1956 fue consagrado in perpetum. En estos años obtuvo su maturità clásica en el Instituto Calasantianum de Roma y fue prefecto asistente en Porto con los aspirantes. Así comenzó el curso de dos años de filosofía en la Pontificia Universidad Urbaniana (PUU) (antes Propaganda Fide) y en 1958 también asistió al curso de dos años de Mariología en la Pontificia Facultad Teológica "Marianum" de Roma.

El 12 de septiembre de 1959 recibió los ministerios del ostiariado y de lectorado; el 8 de mayo de 1959 las del exorcistado y el acolitado; el 9 de julio el subdiaconado. En estos años ya se distinguió por su seriedad y compromiso en el camino del discernimiento vocacional, como atestiguan los informes de sus formadores: «Observé en él un trabajo continuo y constante de perfección espiritual y cultural para la realización de su vocación. (…) Siempre lo he admirado por su marcada inteligencia y viva intuición, por su voluntad de hierro y por su virtud angelical. Es un profeso de sólidas convicciones, de conciencia recta y muy sensible, de sentido de responsabilidad muy fuerte y de un carácter equilibrado» (Informe para la admisión al subdiaconado, 2 de junio de 1961).

Fue ordenado diácono el 29 de octubre de 1961 en la Iglesia de S. Marcello al Corso y el 23 de diciembre del mismo año ingresó al orden de los presbíteros por la imposición de manos y la oración consagratoria de Su Em. Cardenal Luigi Traglia, en la Basílica de S. Giovanni in Laterano.

En 1962 concluyó sus estudios institucionales de teología en la PUU, obteniendo el título de bachiller. Luego fue destinado a Porto, con la tarea de ecónomo y maestro en el Aspirantado.

Al año siguiente fue trasladado a la Comunidad de S. Maria Porto della Salute en Fiumicino y ocupó el cargo de vicario parroquial y maestro. En estos años completó su licenciatura en filosofía en la PUU.

La obediencia lo envió luego a Cagliari, donde en 1965 fue párroco de la Comunidad Beata Vergine della Salute (Poetto). En estos años también se dedicó a enseñar filosofía en el Seminario diocesano de Cagliari y a enseñar religión en el liceo estatal G. Siotto Pintor, también en la ciudad sarda.

En 1969 fue enviado de nuevo a Porto, como director del Aspirantado y promotor vocacional. En 1971 sufrió un grave accidente en la carretera: fue atropellado por un autobús y tuvo que permanecer internado en el hospital S. Eugenio de Roma durante algún tiempo.

De 1971 a 1975 fue nombrado Superior de la Comunidad de Porto, Director del Aspirantado y del Estudiantado HSMI.

Luego fue enviado a Verona, en 1975, para dar vida al centro vocacional "Madonna della Fiducia" en Poiano: en estos años trabajó en la reestructuración del castillo, en la adaptación de las estructuras y en la construcción de la capilla. .

En 1980 fue nombrado maestro de novicios; al año siguiente fue elegido Superior General en el XIII Capítulo General Ordinario y reconfirmado en el XIV Capítulo de 1987. En el período de este segundo mandato inició nuevas obras en Filipinas, Polonia y México. Su gran intuición fue poner en marcha estas nuevas fundaciones dedicándolas principalmente a la pastoral vocacional: centros de acogida, seminarios, casas de formación, comunidades de discernimiento.

En el XV Capítulo de 1993 fue elegido vicario general y encargado de los novicios en Poiano, donde permaneció hasta 1999, año en que fue nuevamente elegido Superior General en el XVI Capítulo de los FSMI y reconfirmado en el mismo cargo durante el XVII Capítulo General de 2005.

En 2011, después de su largo servicio en el gobierno, fue nombrado padre espiritualidad del Estudiantado de Porto y de 2015 a 2017 volvió a aceptar el cargo de Maestro de novicios en Poiano.

Desde 2017 hasta el día de su "nacimiento en el cielo", ejerció su ministerio sacerdotal en la Comunidad de Santa Maria Ausiliatrice de Verona, y fue todavía encargado de la gestión de la Casa di Poiano.

En los últimos meses en Verona, el Señor lo ha puesto a prueba y lo ha hecho vivir en comunión con su pasión. La cardiopatía y las patologías cardiovasculares lo debilitaron y consumieron gradualmente, hasta el día de su fallecimiento. La muerte del p. Luigi, precedido por un tiempo de sufrimiento, soportado con paciencia, participando de los sufrimientos de Cristo, representa para todos nosotros su último acto de servicio ministerial, de anuncio evangélico, de amor a Jesús.

La fe en la resurrección, en el encuentro definitivo con el Señor, nunca ha abandonado al p. Luigi, que supo experimentar, año tras año, la dimensión de la fe como vigilancia y esperanza activa en la espera de abrazar al Señor Jesús a quien se había donado. El deseo y la búsqueda de Dios -muy presentes en el alma del p. Binda y representada también en las palabras del Salmo 63 – encuentran ahora respuesta y pleno cumplimiento, convirtiéndose en un canto perenne de alabanza: «Te bendeciré de por vida: en tu nombre levantaré mis manos… con labios de alegría mi boca te alabará… exulto de alegría a la sombra de tus alas» (Sal 63, 5-8).

Decididamente difícil poder describir en unas pocas líneas la personalidad y las numerosas obras con las que el p. Binda se puso al servicio de nuestro Instituto. Trataré de ofrecer sólo unos breves trazos, inspirándome también en lo que él mismo nos ha dejado por escrito.

Su refinada sensibilidad espiritual se debe ciertamente a su familia de origen, en particular a su madre Olga, pero también a su gran admiración por la experiencia de Carlos de Foucauld (en religión fratel Carlo di Gesù) y a su interés por el Movimiento Misionero Contemplativo de Cuneo, iniciado por el padre Andrea Gasparino, por quien cultivó un extraordinario aprecio y gozó de una sincera amistad.

Por eso tenía gran consideración por la oración, especialmente la personal en el silencio de los lugares sagrados, delante de Jesús, tenía la preocupación de exhortar a la oración y de enseñar a orar, porque retenía que quien ora bien, aprende también a amar y a servir. Escuchémoslo en un significativo pasaje enviado a los hermanos: «Apuntemos a la oración como nuestro sumo bien: es un deseo, un encuentro, un recuerdo de Dios en Jesucristo, un don maravilloso del Espíritu que da sabor y vigor a nuestro pensamiento, a nuestro amar y a nuestro trabajar. Es allí, y en ningún otro lugar, donde brota la fuente de nuestra vida religiosa. Es deseable que nuestras comunidades se conviertan, como sugiere el Papa, en verdaderas escuelas de oración» (Carta de familia n.ro 16, 2001).

El secreto de la vida del p. Luigi fue la de configurar su existencia orientándola a Dios, enriqueciéndola en el encuentro con él, habitado por el amor del Señor que acompaña los largos años de su experiencia terrena, haciéndolo sentir amado y, en consecuencia, amándolo. Así escribió en su testamento: «El tiempo apremia y la muerte es un asunto serio. Jesús te miro en la cruz mientras me entregas a tu Madre y así, en compañía, con humildad y confianza camino rápido hacia “esa puerta santa” donde todo se cumple y seré sanado por tu perdón y finalmente seré capaz de amar. (…) Esta vida que tuve como regalo ya te la di hace muchos años, es tuya» (Última Voluntad, carta manuscrita de noviembre de 2000).

El p. Luigi nos ha dicho que el amor de Dios, el ser amados por él, nos hace vivir y acompaña toda una vida. Pero, ¿cómo se podía ver en él esta relación de amor con Dios? Lo hemos visto, y muchos lo han experimentado, en su entrega, en su apertura a los demás, en su capacidad de escucha, en su deseo de acompañar a sus hermanos con misericordia y atención; esto se vio sobre todo en el ministerio de la consolación y en el arte de educar amando. Así nos habló, nos dio un reflejo del amor de Dios.

El mensaje que el p. Luigi nos ha dejado parece bastante claro: no tengáis miedo de buscar el amor de Dios, no tengáis miedo de desear una vida beata, una vida que en comunión con Dios sepa hacer el bien, sepa confiar en Él y nos haga reconocernos ciudadanos del Reino de los Cielos. Y todo esto se hace visible en los votos de consagración religiosa, como él mismo nos señala en un pasaje de sus escritos: «Si la elección de los votos compromete nuestra vida a la observancia de los Consejos evangélicos, bien podemos decir que apuntan a encarnar nuestro carisma en la vida concreta, a orientar el don total de un amor casto, pobre y obediente tras las huellas de Cristo siervo, y de la "Sierva del Señor". Cuán importante es la virtud cristiana de la humildad, vivir al estilo de la humildad: una humildad vivida en la sencillez de la vida, en el compromiso constante compartido con los hermanos, apuntando siempre a la gloria de Dios. Es un camino que requiere la constancia del sacrificio diario, la paciencia de quien reconoce su propia debilidad unida a la de sus hermanos y la espera de quien sabe que los tiempos de Dios no son los nuestros. En los votos religiosos, la humildad y la gratuidad son la medida del amor oblativo, signo seguro de la madurez afectiva que se refleja en María tanto en Nazaret como a los pies de la cruz» (Carta de familia n.ro 30, 2003).

No es fácil para nadie entregarse al Amor como acto supremo de fe y entrega al Señor, pero la vida religiosa y sacerdotal del p. Luigi nos dice que es posible. Junto al agradecimiento, la emoción, el recuerdo, pedimos la gracia de retomar este legado suyo, como una "tarea" que el maestro deja a sus alumnos. Ese legado que nos viene del centro, del corazón de su consagración religiosa y de su sacerdocio. Esta, creo, era la posición del corazón del p. Luigi: estar en la Iglesia para amarla y servirla desde dentro, en sus miembros, en los hermanos que el Señor le ha confiado, en las obras que han crecido con él y en las circunstancias, a veces difíciles y dolorosas de la vida.

Creo que no me equivoco mucho al pensar que las famosas palabras evangélicas de la parábola de los talentos van dirigidas también al p. Luigi: "Bien, siervo bueno y fiel... participa del gozo de tu Señor" (Mt 25,22). Me imagino al Padre bueno del Cielo que, al presentarse p. Luigi delante suyo, también le dirigió estas palabras tranquilizadoras: "Has sabido cumplir la tarea recibida y la misión que el Señor te ha encomendado, la de custodiar, acompañar, sostener y hacer fructificar: custodiar la riqueza de los dones acogidos en la humildad del servicio, acompañar a los hermanos en las vicisitudes del ministerio, sostenerlos en la alternancia de los servicios que se les encomiendan, alentarlos a entregarse por completo, hacer fructificar su compromiso en las obras de nuestro Instituto sin miedo, sin angustia, sin ansiedad".

Una enseñanza que vale para todos nosotros: hemos recibido un "patrimonio" para invertir en el futuro y hacerlo aún más fructífero. No cometamos el error de esconderlo o encubrirlo. Sí, lo sabemos: es más fácil enterrar por inercia los dones que Dios nos ha dado que compartirlos; es más fácil conservar los tesoros recibidos que ir a descubrir otros nuevos. Pero esto no agrada a Dios, para quien es necesario tener el valor de arriesgar la vida, sabiendo que todo lo que se nos ha dado es una oportunidad que se nos ofrece para hacer más bella y luminosa nuestra Congregación. El buen Padre aprecia a los que arriesgan y reprocha a los que se conforman escondiendo bajo tierra lo que han recibido.

Me refería hace un momento a su particular atención por acompañar a los hermanos y exhortarles a vivir plenamente la dimensión fraterna, pilar fundamental de nuestra vida de consagración. Era un anhelo suyo recurrente y no faltó oportunidad para subrayar la indispensable riqueza que brota significativamente de la vida en fraternidad. Escribió al respecto: «Como religiosos, somos conscientes de que los parámetros de la sociología y la psicología pueden ayudarnos a aclarar ciertos comportamientos pero no a resolverlos; Nosotros necesitamos de otra dimensión. En nuestras relaciones de fraternidad, a la vez que esperamos personalidades humanamente maduras, nos empuja también a exigirlas maduras en el plano de la fe. Es la fe que une interior y espiritualmente a la persona en un camino vocacional; es la fe que dilata los espacios de la caridad, donde nos encontramos, nos confrontamos, nos apoyamos, nos perdonamos, nos evangelizamos y construimos la comunidad» (Carta de familia n.ro 36, 2004).

Otro aspecto sobre el que no podemos quedarnos callados es su paternal empeño por vivir con lucidez la pastoral juvenil-vocacional que la Iglesia nos ha confiado. No se cansaba de repetir a todos los hermanos la invitación a colaborar por el carisma, para poder afrontar con entusiasmo y competencia los desafíos que la historia nos propone con plazos fijados: sentirse implicados significa amar a los demás, amar a la Congregación y a la propia vocación de Hijos de Santa María Inmaculada. Sigamos algunos de sus pensamientos, compartidos con nosotros en las circulares de la Congregación: «El trabajo vocacional es una atención, un brote de luz que apunta espiritualmente al corazón del hombre, lo acerca y lo enciende “a las cosas de Dios” . Me gusta contemplar la vocación como un fuego interior que quema y se ve su luz y se siente su calor, tanto que puedes medir su luminosidad, su temperatura. ¡Intentémoslo!" (Carta a la familia N° 58, 1999). «¿Cuál es el proyecto y cuáles son las etapas que mostramos a los jóvenes con nuestra vida religiosa, con la de nuestras comunidades? ¿Cuál es la actualidad y la visibilidad de nuestro amor? Porque el amor es el mayor de los carismas y éste no se puede demostrar con la razón ya que, por su naturaleza, sólo se puede demostrar con la vida, con nuestra vida. ¿De qué valen los encuentros fervorosos y retiros ocasionales si no se traducen en un proyecto, en un testimonio de vida?» (Carta a la familia N° 22, 2002).

A p. Luigi también se le debe el incentivo para estudiar e investigar sobre la espiritualidad del venerable p. José Frassinetti, nuestro Fundador, y del continuador de la obra, el p. Antonio Picardo. Su atención a los orígenes de nuestro Instituto nos ha ayudado a reflexionar sobre nuestra identidad y actividad como Hijos de María y como "legado" del Frassinetti y del Piccardo. El Padre Binda sintió la necesidad de la memoria histórica, de la tensión profética, de volver a la historia de nuestros orígenes, reelaborándola con fidelidad e inteligencia para acoger, resembrar y hacer fructificar este legado como precioso tesoro familiar, en nuestra vida personal, in-formando a nuestra comunidad, dando impulso a toda la Congregación en una fisonomía completa. Sostenía que los jóvenes necesitan conocer y formarse en nuestros valores culturales y espirituales, remontando la memoria a las raíces, donde el Espíritu Santo sedujo con amor al Frassinetti y al Piccardo, abriendo sus corazones a la pobreza vocacional en la Iglesia de ese período histórico (que es también el de la actualidad).

Dedicó al fundador hermosas palabras, de las que quedan huellas en las circulares de familia: «P. José parece un hombre común y es un contemplativo con el buen gusto por las cosas de Dios. La suya es una fe adulta y pensada que busca el rostro de Dios y el corazón del hombre y toma, como de una fuente, la celebración diaria de la Santa Misa y la Adoración Eucarística que practica desde su juventud y que intensifica en los momentos difíciles o en las decisiones importantes para sí mismo y para los demás. Una vida que se hace don, como Sacerdote de Jesucristo, y que desde Cristo se deja llevar paso a paso en un diálogo de amistad a lo largo de las páginas de un Evangelio vivo, concreto, exigente, hecho actual por las necesidades y expectativas de su Iglesia del ‘800, a la que trata de responder con intuiciones y por tanto con iniciativas, asociaciones, congregaciones y siempre en solidaridad con sus más cercanos colaboradores» (Carta de familia n.ro 37, 2004).

También es necesario recordar su intensa devoción a la Santísima Virgen Inmaculada, a quien muchas veces propuso como maestra de vida y a quien invitaba a mirar para sacar fuerza y​entusiasmo en el servicio ministerial. A menudo terminaba sus charlas o encuentros con sus hermanos pidiendo recitar juntos la oración del Ave María. «La vida de la Virgen es maravillosa - escribió con motivo de la solemnidad de la Inmaculada Concepción - es ella quien nos ilumina y quien con sus experiencias de vida nos revela y casi anticipa el camino de la vocación cristiana y religiosa. Que nuestro carisma mariano, como personas y como comunidad, se alimente y reavive recorriendo con la oración y la caridad la peregrinación del corazón de María que nunca se detiene en sí misma, sino que, atraída por la amistad, se entrega totalmente a su Señor. También nosotros, como María y con María, entreguémonos enteramente a Jesús, que se encienda en nosotros un amor ardiente y se irradie a los jóvenes como propuesta vocacional» (Lettera di Famiglia n.ro 5, 1982).

Queridos hermanos, sabemos bien que la mejor forma de agradecer lo recibido y honrar la memoria de nuestros maestros es saber que están en paz, atesorar lo aprendido, profundizar y a su vez transmitir las enseñanzas de vida recibidas. En la hora de Jesús que mira más allá de la muerte encontramos la esperanza de un cielo nuevo y una tierra nueva. Es la esperanza que el p. Luigi en su vida terrena siempre se ha mantenido despierto gracias a su fe en el Dios de la vida, el Dios que crea y mantiene vivo. Juntos podemos decir con San Jerónimo: "Es un gran dolor haberlo perdido, pero te damos gracias, oh Dios, por haberlo tenido, de hecho que aún lo tenemos, porque quien vuelve al Señor nunca sale de la casa (San Jerónimo).

¡Se le extrañará p. Luigi! El vacío que dejas nos pesará, pero no nos sentiremos lejos. Tu Congregación, a la que has servido con inteligencia, pasión y tanta sabiduría y a la que has amado intensamente, incluso en sus partes más frágiles y enfermas, no se sentirá lejos de ti. Continua asegurándonos tus oraciones desde el cielo, para que todos seamos reflejo luminoso del Señor en nuestra historia, testigos y heraldos de la misericordia de Dios.

Gracias de corazón por tu exquisita paternidad y por la caridad vivida hasta el final. Ayúdanos a ensanchar nuestro corazón para escuchar a Jesús, no a nosotros mismos ni al pensamiento actual. Sólo Jesús es fuente de vida, de verdad y de bondad, camino para llegar a la liturgia del Cielo, donde ahora te encuentras cantando el "tres veces santo" en la bienaventuranza junto a nuestros queridos hermanos que nos han precedido: «In conspectu angelorum psallam tibi, adorabo ad templum sanctum tuum" (Sal 137, 2).

Dejemos que sea p. Luigi a pronunciar las últimas palabras de despedida: «Abba Padre, cuánto me has amado, gracias. (…) Gracias por cada criatura que me ha amado, generado, educado, instruido, corregido, perdonado. Gracias por la familia natural, querida, por la madre Iglesia universal y por la Congregación, mi pequeña y hermosa iglesia local, vivida en el espíritu de la Inmaculada Concepción y siguiendo el ejemplo de Frassinetti, Piccardo, Minetti, Battistella y tantos otros buenos hermanos Gracias por ser religioso: una vida entregada a ti. (…) Bendice a los que me han amado y perdona lo que no fui capaz de hacer o lo que he hecho mal. Sostén tú a todos aquellos a los que no he sabido ayudar con un corazón pleno y generoso. A todos pido perdón y el recuerdo delante el altar del Señor» (Testamento Manuscrito de julio de 2000).

Bendícenos a todos desde el cielo. ¡Amén!

p. Roberto Amici

Superior General

Carta de la familia n.ro 66

Roma, 26 de octubre de 2022

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