Carta de la familia n.ro 69 (publicado con los permisos correspondientes, traducción de p. Ricardo Alcocer, HSMI)
Roma, 29 de diciembre de 2022
Queridos hermanos,
Hay acontecimientos que, racionalmente, sabemos que son inevitables pero que, con el corazón que ama, nunca quisiéramos que llegasen, así son de dolorosos y difíciles de vivir. Son momentos en los que puede caer la noche, momentos en los que nuestra existencia experimenta verdaderos puntos de inflexión, de los cuales sólo el tiempo nos hace comprender la intensidad.
Frente a la muerte, la razón humana no puede hacer otra cosa que reconocer la fragilidad de la condición humana. Percibimos toda nuestra impotencia frente a aquella que, como dice la liturgia, "es herencia común de todos los hombres" (Prefacio de los difuntos V).
En el momento de la prueba, las palabras de amistad, de participación, de afecto, aun siendo importantes y necesarias, son siempre parciales e incompletas y ciertamente no llenan el vacío dejado por un querido hermano que, avanzando en el camino de la vida, ya no está presente entre nosotros; y esto es porque el amor es para siempre y sus frutos permanecen en la eternidad, según la voluntad del Señor.
Sabemos, sin embargo, que si por un lado las palabras humanas son débiles y poco incisivas, hay una Palabra, la Palabra de Dios, que nos ayuda a despejar un poco la niebla que desciende en los corazones y en las mentes. Es una Palabra que nos invita a fijar nuestra mirada en la vida sin fin, en aquella que con razón se llama nuestra patria.
Es una Palabra que infunde en el corazón la conciencia de no ser destinados a la nada. ¿Por qué habría sufrido Cristo todo lo que ha sufrido, si no hubiera en juego algo grande, mucho más grande de lo que podemos creer? La existencia terrena es sólo una parte de nuestra vida, es el rasgo inicial en el que vivir fundamentalmente un compromiso: darnos cuenta del valor de nuestro tiempo, de la necesidad de comprometernos según los criterios del Evangelio, de cultivar nuestro "rincón del mundo" lo mejor que podamos. con el estilo de Dios.
Jesús nos recuerda que es Él quien nos acompaña en este tramo de nuestro camino terreno: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Es una afirmación presuntuosa a primera vista, ese querer sintetizar en sí mismo el significado, la dirección y el origen de nuestro ser. Es presuntuoso, quizás, para nosotros acostumbrados a pensar en pequeño. Pensar de acuerdo con el corazón de Dios es reconocer que Él siempre ha cuidado de su pueblo y también de cada criatura. El paso del tiempo, con todas sus consecuencias, nos recuerda que su Amor es algo que siempre y cada vez más, toma posesión de nuestro corazón, siempre más desioso no por las cosas que pasan, sino por las cosas que permanecen y que tienen aroma de eternidad.
Ese aroma de eternidad invadió el corazón del P. Giuseppe Cicconi, el 16 de diciembre a las 8:50 a.m., cuando el buen Padre lo eligió para entrar en la bendita patria del cielo.
El padre Giuseppe, cariñosamente llamado "Pino" por su familia y amigos, nació el 21 de julio de 1936 en Roma, hijo de Ulderico y Lucia Selva. Fue bautizado el 20 de agosto de 1936 en la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Recibió el sacramento de la Confirmación el 9 de mayo de 1948 en la parroquia de Santa María en Domnica en Roma.
Entró en Porto como aspirante el 10 de octubre de 1948. Hasta 1953 asistió a la escuela media superior y obtuvo la licenciatura para poder dar clases para ese mismo nivel en el Pontificio Instituto de Sant'Apollinare en Roma.
Fue recibido en el noviciado el 28 de septiembre de 1953 en Roma (Mascherone) bajo la guía del maestro P. Antonio Tramontana e hizo su primera profesión al año siguiente, el 29 de septiembre de 1954. Con gran alegría vivió el don de la primera consagración religiosa, compartiendo con todos las bellas palabras del salmo: «Exaltabo te Domine, quoniam suscepisti me» (Sal 29, 2), que quiso escribir en el santino de recuerdo.
Luego asistió al Liceo classico Calasantianum en Roma hasta 1957, al final del cual profesó los votos de consagración in perpetuum el 29 de septiembre y se le encargó seguir a los aspirantes como prefecto de disciplina. in perpetuum il 29 settembre e fu incaricato di seguire gli aspiranti come prefetto di disciplina.
En 1958 comenzó el ciclo de estudios académicos institucionales de filosofía y en 1961 el de teología en la Pontificia Universidad Urbaniana (Propaganda fide). Se vio obligado a interrumpir su curso académico en febrero de 1962 debido a una grave enfermedad y, recuperándose en fuerza y salud, reanudó sus estudios en octubre del mismo año, concluyéndolos al año siguiente.
Recibió las órdenes menores del Ostiariato y Lectorado el 17 de diciembre de 1960 en Roma, en la iglesia del Sagrado Corazón en Piazza Navona de parte de Monseñor Roberto Ronca. Le fueron impartidos los ministerios de Exorcistado y Acolitado el 7 de mayo de 1961 en Roma, en la Basílica de SS. Apostoli, por el Card. Luigi Traglia, entonces vicario general de la Diócesis de Roma.
Luego, le fue conferido el subdiaconado el 6 de mayo de 1962, nuevamente en Roma, en el Pontificio Colegio Pío Latino Americano, por el obispo Alfredo Vicla. Fue ordenado diácono el 28 de octubre de 1962 en Roma, en la Iglesia del Sagrado Corazón en Piazza Navona por la imposición de manos y la oración de consagración de Monseñor Cesare Gerardo Vielmo.
Finalmente, recibió la ordenación sacerdotal el 17 de febrero de 1963 en Roma, en la iglesia de S. Marcello al Corso, por la imposición de manos y la oración de consagración de Monseñor Ettore Cunial, Vicegerente.
De 1963 a 1965 fue destinado al seminario de Porto como Vice Director.
El 8 de enero de 1966 partió hacia América Latina desde Nápoles, con el barco Augustus, junto con el p. Bracco y fue destinado a la comunidad de Nuestra Señora de Loreto en Sarandì, donde se le pidió que cubriera el servicio de ecónomo de la comunidad religiosa, vicepárroco, vicedirector de la escuela y formador de aspirantes.
En 1970 regresó a Italia y fue nombrado formador de postulantes en Porto. Mientras tanto, comenzó el curso de Espiritualidad en la Pontificia Universidad Gregoriana en Roma. Sobre esta obediencia adicional, dirigiéndose al Superior General, escribió estas hermosas palabras: "... Me complace decirles con toda franqueza que estoy a su entera disposición para llevar a cabo el plan del Señor para mí para la santificación y para el bien de la Congregación. [...] Rev.mo padre, usted y sus consejeros habrán pensado las cosas y las habrán visto a la luz de la voluntad de Dios; por eso he sentido tanta paz y serenidad" (Carta del 18 de julio de 1970).
La obediencia lo llamó después a Verona, a la Comunidad de Santa María Auxiliadora, donde en 1973 fue nombrado superior, ecónomo y vice párroco. Al año siguiente fue nombrado Maestro de Novicios en la misma comunidad y durante el XII Capítulo General de 1975 fue elegido consultor.
Más tarde, en 1977, fue destinado a Fiumicino, Isola sacra, párroco de la comunidad de S. Maria Madre della Divina Provvidenza, residiendo primero en la comunidad de Porto, luego en la comunidad de Porto della Salute y finalmente, en 1981, en la nueva comunidad de Isola Sacra, ocupando también el cargo de superior.
Desde 1989 continuó su servicio ministerial en Oristano, en la comunidad del Sagrado Corazón, donde fue párroco y superior de la comunidad.
En febrero de 1994 fue llamado nuevamente a viajar a la Delegación de América Latina y fue nombrado Delegado del Superior General por dos períodos de tres años.
De 1994 a 1999 fue superior, formador y vice párroco en San Felipe (Buenos Aires).
Después de completar su servicio como Delegado, fue destinado en 1999 a Santiago, en la comunidad de San Patricio, como párroco y superior hasta 2012, cuando los superiores consideraron oportuno transferirlo a la Comunidad de Nuestra Señora de las Nieves como vicario parroquial.
En 2016 fue llamado a Italia y asignado a la comunidad del Studentato como colaborador. Un período de descanso comienza para él con fases alternas de lucidez, pero siempre marcadas por una gran fe y santidad de vida. La cátedra más alta de un hombre es el modo con el cual hace frente al sufrimiento. Para un creyente, el sufrimiento tiene un valor sacramental, es una situación humana habitada por Dios. El deseo supremo de san Pablo de conocer a Cristo pasa por la comunión con sus sufrimientos. Este nuestro hermano sacerdote ha convivido con la debilidad con dignidad y coraje en los últimos años, nunca se derrumbó y nunca se desesperó. En la prueba, la ayuda vino ciertamente de la fe en el Señor y del compromiso de oración, al cual no falló incluso en los días más pesados cuando, a pesar de las dificultades, celebró la Santa Misa, tal vez disculpándose por algunas pausas extras no previstas en el rito.
A finales de noviembre de 2022 fue ingresado en el Hospital Aurelia por una enfermedad repentina y retenido para investigaciones, que luego diagnosticarán una neoplasia diseminada al estómago y órganos vecinos.
El 16 de diciembre de 2022 a las 8:50 a.m. terminó su existencia terrenal y fue recibido por el abrazo de bendición del buen Padre en las mansiones del cielo.
Vivir significa amar. Y amar significa cuidar las relaciones, cultivar la generosidad, comprometerse con pasión, colaboración y responsabilidad en la propia vocación, asombrarse con las pequeñas cosas, apreciar lo que es hermoso, bueno y santo en los demás, prestar atención a los pobres y débiles. ¡Todo esto era el P. José!
En tantos permanecerá como bendición el recuerdo de ese buen corazón que siempre lo ha distinguido. El padre Giuseppe siempre ha sido una persona alegre, con una sonrisa, con la amabilidad y la dedicación a través de la cual se ponía a disposición de los demás.
Su simpatía abrumadora, sus divertidos discursos en las circunstancias festivas y su agradable presencia en las reuniones fraternas de la Congregación siempre favorecieron un clima de agradable cordialidad y sincero afecto: fue espontáneamente amado y querido por todos. En nuestros corazones todos sentimos gratitud hacia el por cómo nos ha dado testimonio de la belleza y la preciosidad de estar juntos, de traducir en acciones concretas el gran mandamiento de amor que Jesús nos dejó.
Alguien dijo que el amor es lo único que dividiéndolo se multiplica. ¡Esto fue cierto para el P. Cicconi! Tal vez meditando en los ejemplos que nos dejó, podamos progresar en este ser para los demás que es tan agradable al Señor.
Lo recordamos también como un hombre de intensa oración: la Eucaristía diaria, celebrada con la mayor atención y con devoto entusiasmo, inflamó su corazón con ese amor pastoral capaz de asimilar su "yo" personal a Jesús para poder imitarlo en la donación total de sí mismo. Aprendemos de él la lección de envejecer bien porque sostenidos por razones de vida incluso en "condiciones disminuidas". Los límites no detienen la misión, solo la transforman.
Amaba intensamente su vida religiosa, la Congregación y su sacerdocio. Con ocasión de su vigésimo quinto aniversario de ordenación escribió a sus hermanos: "Con serenidad y alegría les recuerdo mis veinticinco años de vida sacerdotal y les pido la caridad de una oración, para obtener del Señor el perdón por el mal hecho y por el bien omitido, y para alabar y dar gracias al buen Dios por el bien que, confiado a la gracia, ha constituido para mí un testimonio de fe y servicio a mis hermanos, ayudándome así a hacerme un hombre feliz. ¡María, Madre mia, guíame y protégeme!" (Carta del 17 de diciembre de 1987).
Era animado por el gran deseo de llevar a Jesús a todos y de llevar a todos a Jesús, evangelizando en toda circunstancia, viviendo plenamente las palabras del apóstol Pablo: "Anuncia la palabra, insiste en cada ocasión oportuna o no oportuna" (2 Tm 4, 2). Fue quizás por esta razón que tenía una gran admiración por el Frassinetti y buscaba imitar sus enseñanzas y estilo de apostolado.
Estamos seguros de que Dios no destruye ni derriba, no anula ni elimina, no dispersa ni borra lo que somos y lo que tenemos. Personas, sentimientos, esperanzas, certezas, deseos, Dios los toma y los hace eternos. Y lo hace también haciendo eterno al p. José, sus afectos y toda su vida terrena completamente purificada de la fragilidad humana. Demos gracias al Señor por el don de la inmortalidad concedido al P. José. Le agradecemos conscientes de que, como dice la liturgia, su vida no le fue arrebatada, sino transformada, y que su muerte no es simplemente el epílogo de su rica existencia.
Eres verdaderamente beato querido P. José, porque este maravilloso don de Dios ya no es una promesa para ti, sino una realidad que se está cumpliendo. Ahora toda tu vida está ante el Señor y todo adquiere sentido. Ahora todo tu camino está en las manos de Dios, ahora estás en el abrazo misericordioso del Padre.
No es fácil dejarte ir, pero te sabemos en compañía de todos nuestros hermanos que se nos han adelantado en el camino de la vida. Esto nos basta para sentirte con nosotros, en esa comunión que une el cielo y la tierra. La forma más sincera de honrarte y tenerte cerca es seguir tus pasos en el servicio a los demás, cultivando la disponibilidad al servicio y la lealtad en las relaciones.
Oramos por ti para que lo que en tu camino terrenal no ha estado en armonía con las enseñanzas de Jesús pueda ser perdonado y consumido por el gran Amor que Dios tiene por cada uno de nosotros. Tú, reza por nosotros tus hermanos, por tu familia, por los jóvenes que nos han sido confiados, por la Congregación que tanto amaste, para que no pierda nunca de vista el centro de su vida, de su existencia: Cristo Señor.
Pide para todos nosotros el don de saber permanecer con la mirada fija en Jesús. Implora para nosotros la esperanza plena en la inmortalidad. Pide al Espíritu que en el corazón de cada uno madure la opción de ponerse a disposición de los demás, colaborando en la expansión del Reino de Dios, con caridad hacia el prójimo, el testimonio de vida más hermoso que podemos dar.
Ora especialmente por los más pequeños, por los más jóvenes, por nuestros queridos profesos estudiantes que están aprendiendo a conocer a Jesús y la belleza de la vida fraterna. Que comprendan, iluminados por tu ejemplo, que conocer al Señor y vivir como hermanos no es cuestión de razón, sino de corazón.
Es hora de decir adiós, el cielo ha comenzado para ti. ¡Te queremos mucho! ¡Ve en paz y vive en Dios en el gozo eterno del paraíso!
p. Roberto Amici
Superior General de los Hijos de Santa Maria Inmaculada
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