P. Antenore Marangon

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El 12 de febrero, a las 7:30 am, el Señor bendito lo ha llamado a seguir su camino por otro sendero, aquel que conduce al don de Dios por excelencia: la patria beata del cielo. Estaba ingresado en el hospital Galliera de Genova, a causa de una caída en casa y a algunas complicaciones pulmonares.

Su nueva vida en la eternidad no nos quita, sin embargo, el dolor de la separación, habiendo disfrutado de su fraternidad. En diferente modo sentimos esta fatiga: la sienten ciertamente aquellos que son emparentados con él en la carne; la sienten aquellos que lo han tenido como hermano en las diferentes comunidades en que ha realizado su servicio; la sienten los fieles de las comunidades parroquiales (en modo particular los de Verona) en las cuales ha ejercitado con generosidad su ministerio de religioso sacerdote.

Padre Antenore Marangon nace en Loreto (Rovigo) el 22 de abril de 1929, hijo de Ermenegildo y Wanda Pescara. Fue bautizado el 12 de mayo de 1929 en la parroquia de S. Maria Assuna in Loreto (Rovigo), donde fue posteriormente crismado el 19 de junio de 1938.

Su madre murió prematuramente y el joven Antenore, el mayor de siete hermanos fue llamado a ayudar a su padre en la educación y en el crecimiento de los hermanos más pequeños. A la edad de 26 años, después de estar seguro de que todos sus hermanos estaban bien preparados, decidió entrar en el Instituto de los Hijos de Santa María Inmaculada.

Fue aspirante en Porto a partir de 1954. Entró al noviciado el 28 de septiembre de 1955 y emitió la primera profesión de los consejos evangélicos el 29 de septiembre de 1956.

Inició el ciclo institucional de filosofía y teología y, si bien a una edad mayor a la media, supo concluir con decisión y sacrificio todos los estudios eclesiásticos, y evidenciarse por otras virtudes, como escribieron sus superiores: “Es optimo en la piedad, espíritu de sacrificio, equilibrio y sentido práctico de las cosas” (Lettera del 9 marzo 1964).

Profesó sus votos de consagración ad perpetuum el 29 de septiembre de 1959. Recibió los así llamados ordenes menores de ostiario y lectorado en febrero de 1960 en Roma, de exorcista y de acolito en Siena en febrero de 1961 y del subdiaconado en Génova en agosto de 1964. Fue ordenado Diacono en Génova el 26 de septiembre de 1964 en la Iglesia de la SS.ma. Concezione della Beata Vergine Maria.

Después recibió la ordenación presbiteral el 25 de octubre de 1964 en la capilla del Instituto A. Piccardo en Génova, por la imposición de manos y la oración consagratoria de S. Ecc. Rev.ma Mons. Tommaso Berutti sj, Obispo misionario de Cuse.

Transcurrió su primer año de sacerdocio en la escuela de Gavi y después de algún tiempo fue transferido a Roma en Via del Mascherone.

En 1965 inició su servicio pastoral en el Hospital civil de Cagliari por 9 años, donde fue muy estimado a motivo de su celo por médicos y empleados de la estructura hospitalaria.

Posteriormente fue nombrado vice párroco y asistente de varios grupos y asociaciones en las parroquias Sacro Cuore en Oristano, San Bartolomeo en Cagliari, Madonna della Grotta en Praia a Mare. Después transcurrió dos años más en el Santuario della Madonna della Guardia en Gavi.

De 1985 hasta el 2013 fue vice párroco en Santa Maria Ausialitrice en Verona, donde se distinguió por su generosa disponibilidad en el sacramento de la reconciliación, como celante “medico espiritual” de los enfermos de la parroquia y como solícito maestro en la preparación de los jóvenes en el servicio litúrgico.

Al final, en julio de 2013 fue enviado a Génova, al Instituto A. Piccardo, donde fue amadísimo capellán de las religiosas y disponible a cualquier pedido de la vecina parroquia S. Cuore e San Giacomo.

Pensando en él, me gustaría alabar al “sacerdote común”: el que vive el diario con una dedicación ejemplar, acorde con su vocación. ¡Gracias a Dios estos sacerdotes son todavía muchos! Ellos asumen su ministerio todos los días, como un don de Dios y como un compromiso concreto con sus hermanos, permaneciendo profundamente anclados en una relación personal con Jesucristo, a quien aman con un corazón indiviso, sintiéndose “aquellos siervos inútiles de quienes habla el Evangelio”. Se trata de “sacerdotes comunes”, que trabajan entre la gente, se dedican a ellos sin descansar. Llegan a la noche cansados, habiendo encontrado tiempo en el día para orar, para ejercitarse en la caridad, con gestos que nadie más que Dios conocerá, y también un espacio para pensar y recordarse del significado de hacer todo esto. Así logran amar a Dios, su vocación, su propia gente.

Este fue el p. Antenore en la simplicidad de su existencia y su personalidad. Los formadores del seminario lo describieron con estos cinco adjetivos: “dócil, suave, humilde, inclinado al sentimiento, delicado”.

Sus feligreses lo conmemoran así: “El corazón se ensancha cada vez que encuentras al p. Antenore con el rosario en la mano cerca del confesionario y de este modo no oculta ser y sentirse un hijo de Santa María Inmaculada y de amar a su propia Congregación. Es una presencia que te acoge, en el silencio del templo, brindándote una sonrisa de bienvenida y un saludo de despedida y de bendición al final de cada Santa Misa “.

Su ministerio sacerdotal siempre se ha caracterizado por la disposición a escuchar, por el celo por el sacramento de la reconciliación, por el ministerio de consolación, por el trabajo diario, fiel, apasionado, con el tejido de relaciones espirituales fructíferas, asegundando aquello que el Señor realizaba en la vida espiritual y en la conciencia de muchas personas. En resumen, uno no puede dejar de recordar su capacidad para estar con los fieles confiados a él “como el que sirve”.

Muchos son los enfermos y los ancianos de las comunidades parroquiales alcanzadas por su humilde y activa dedicación, que siempre han mostrado su total gratitud por ese precioso y digno servicio.

Al mismo tiempo, también lo recordamos por su sentido del humor. Era divertido cuando citaba varios tipos de oraciones y proverbios, y cuando reservaba apodos y sobrenombres – algunos de los cuales eran particularmente divertidos – para los hermanos y amigos más cercanos.

Tranquilo y sencillo, p. Antenore tenía un corazón amoroso, un corazón que se abría a los hermanos y dondequiera que había sufrimiento. Estoy seguro de que esa bondad llevaba el signo del Espíritu de Dios y que muchas personas han podido experimentarlo: p. Antenore era para ellos la caricia de Dios.

Tenía gran fe en Dios como “Señor de la historia”. Y esta confianza se reflejaba en confiarse a los superiores y respetar las indicaciones de la vida de la Congregación, a las que él tenía mucho.

En el hospital, en el silencio que le venía impuesto por su enfermedad, ha mostrado con su mirada en aquel momento casi extinta el espíritu de oración con el que se estaba preparando al encuentro con la “hermana muerte”.

Ahora p. Antenore está directamente bajo la mirada y la luz de Dios. Se lo encomendamos a él, porque las bienaventuranzas que él ha buscado de vivir en su vida terrenal lleven su fruto a la eternidad.

La muerte crea una separación, pero no excluye la posibilidad de seguir relacionándonos con aquellos que ya no están con nosotros. El afecto y la oración son las formas más seguras de comunicarnos con nuestros hermanos fallecidos.

Por eso deseo dirigirle estas últimas palabras: Puedas tú, querido hermano, poseer el cielo, o mejor dicho, ser acogido y sumergido por el cielo, inmerso en la felicidad eterna. Puedas tú encontrarte con el rostro de Dios Padre, sintiendo su caricia, abrazado por Jesús y el Espíritu Santo, para un gozo infinito. A ellos te encomendamos, sabiendo que no te harán faltar nada en la luz del eterno descanso en el cielo.

Te aseguramos nuestra oración, sabiendo que tú también, como lo hacías en esta tierra, continuarás orando por nosotros.

Extracto de la Carta de Familia 43

Autor: p. Roberto Amici – Superiore Generale FSMI

Traducción al español: Ricardo Alcocer FSMI

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